viernes, 7 de septiembre de 2007

“En Rusia el problema solo podía ser planteado, no podía ser resuelto en Rusia”. Rosa Luxemburgo.

Durante la contrarrevolución que inundó el mundo, tras de los años revolucionarios de 1917-23, creció un mito alrededor del Bolchevismo. Lo describía como un producto específico del “atraso” ruso y de la barbarie asiática. Los sobrevivientes de las Izquierdas Comunistas alemana y holandesa, profundamente desmoralizados por la degeneración de la Internacional y la muerte de la Revolución Rusa, mantuvieron una posición semi-menchevique que afirmaba que el desarrollo burgués en Rusia en los años 20 y 30 era inevitable, ya que Rusia estaba inmadura para el comunismo; al tiempo que definían al bolchevismo como una ideología de la “inteligencia” la cual buscaba solamente la modernización capitalista de Rusia y había llevado a cabo una revolución “burguesa” o “capitalista de Estado” apoyándose en un proletariado inmaduro y ocupando el lugar que le correspondía a una burguesía impotente.
Toda esta teoría era la revisión total del carácter genuinamente proletario de la Revolución Rusa y del bolchevismo, y la muestra de cómo muchos comunistas de izquierda repudiaron su propia participación en el drama heroico que había comenzado en octubre de 1917. Pero como todos los mitos, éste contenía un grano de verdad. El movimiento obrero, aunque fue fundamentalmente un producto de las condiciones internacionales, contenía también rasgos específicos derivados de las particularidades nacionales e históricas. Hoy por ejemplo, no es casual que el movimiento comunista que renace se haga fuerte en varias partes del mundo excepto en los países del bloque post soviético. Esto es producto de la manera específica en que se han desarrollado los hechos históricos de los últimos 80 años y, en particular, de la manera en que la contrarrevolución capitalista se ha organizado en diferentes países. De forma similar, cuando examinamos el movimiento revolucionario en Rusia, antes y después de la insurrección de Octubre, aunque la esencia de ese movimiento únicamente se puede comprender en el contexto del movimiento obrero internacional, observamos que algunos de sus aciertos y debilidades pueden explicarse si se los relaciona con las particulares condiciones existentes en aquel período en Rusia.
En muchos casos, las debilidades del movimiento revolucionario ruso eran simplemente la otra cara de lo que fue su fuerza. La capacidad del proletariado ruso de orientarse muy rápidamente hacia una solución revolucionaria de sus problemas estaba determinada en gran parte por la naturaleza del régimen zarista. Autoritario, decrépito, incapaz de erigir “amortiguadores” estables contra la amenaza proletaria el sistema zarista logró que cualquier intento de defenderse que hiciese el proletariado acabara enfrentándole inmediatamente a las fuerzas represivas del Estado. Al proletariado ruso, joven pero altamente concentrado y combativo, no le fue nunca dado el tiempo ni el espacio político como para desarrollar en su seno una mentalidad reformista que le hubiera llevado a identificar la identidad de sus intereses materiales inmediatos con la sobrevivencia de su “patria”. Al proletariado ruso le era también más fácil rechazar cualquier identificación con el esfuerzo de guerra zarista después de la barbarie de 1914 y ver, en la destrucción del aparato político zarista, la condición previa a su propio avance en 1917. A grandes rasgos, y sin pretender establecer aquí una conexión demasiado mecánica entre el proletariado ruso y sus minorías revolucionarias, estos elementos de fuerza del proletariado ruso fueron uno de los factores que permitieron a los bolcheviques ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario mundial tanto en 1914 como en 1917, con su clamorosa denuncia contra la guerra y afirmando, sin compromisos, la necesidad de destruir la máquina del Estado burgués.
Pero, como ya he dicho, estos puntos fuertes tenían también sus debilidades y la inmadurez de este proletariado, su falta de tradiciones organizativas, la brutalidad con la que fue empujado a una situación revolucionaria, fue dejando importantes lagunas en el arsenal teórico de sus minorías revolucionarias. Es significativo, por ejemplo, que las críticas más apropiadas y profundas a las prácticas reformistas de la social democracia y de los sindicatos, empiezan a ser elaboradas precisamente donde esas prácticas estaban más arraigadas: en países como Holanda y Alemania. Fue allí, en vez de en Rusia donde el proletariado luchaba todavía por derechos parlamentarios y sindicales, donde el peligro de los hábitos reformistas fue comprendido, desde el primer momento, por los revolucionarios. Por ejemplo, los trabajos de Antón Pannekoek y del grupo holandés Tribune, en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, contribuyeron a preparar el terreno para la ruptura radical de los revolucionarios alemanes y holandeses con las viejas tácticas reformistas, después de la guerra. Lo mismo hay que decir de la fracción abstencionista de Bordiga en Italia. Por el contrario, los bolcheviques jamás comprendieron realmente que el período de las “tácticas” reformistas había acabado para siempre con la entrada del capitalismo en su período de agonía, en 1914; los bolcheviques nunca comprendieron plenamente todas las implicaciones que para la estrategia revolucionaria quedaban abiertas con la nueva época. Los conflictos sobre tácticas sindicalistas y parlamentarias que desgarraron a la Internacional Comunista después de 1920 se debieron, en gran parte, a la incapacidad del Partido ruso de comprender a fondo las necesidades del nuevo período. Sin embargo, esa incapacidad no estaba totalmente circunscrita al liderazgo bolchevique: se reflejaba también en el hecho de que las críticas del sindicalismo, del parlamentarismo, del sustitucionismo y de los otros rezagos socialdemócratas hechas por la Izquierda comunista rusa, nunca tuvieron el mismo nivel de claridad que las holandesas, alemanas e italianas. Debemos matizar esta observación comprendiendo el contexto internacional de la revolución. Las debilidades teóricas del Partido bolchevique no eran definitivas, debido precisamente a que se trataba de un partido proletario genuino, abierto por lo tanto a los nuevos desarrollos y comprensiones surgidas de una lucha proletaria en su fase ascendente. Si la revolución de Octubre se hubiese extendido internacionalmente, estas debilidades se habrían podido superar. Si las deformaciones socialdemócratas del bolchevismo acabaron por cristalizarse y convertirse en un obstáculo fundamental al movimiento revolucionario fue debido a que la revolución mundial cayó en un reflujo y el bastión proletario de Rusia acabó paralizado por su aislamiento. La rápida caída de la Internacional Comunista en el oportunismo se debió en gran parte a la influencia del Partido ruso dominante y entre otras cosa fue el resultado de los intentos bolcheviques de buscar un equilibrio entre las necesidades de sobrevivir de Estado soviético y los intereses internacionales de la revolución. Este esfuerzo se hizo tanto más contradictorio cuanto más retrocedía la ola revolucionaria; el intento fue abandonado finalmente al triunfar el “socialismo en un solo país”, que significó la muerte de la Internacional Comunista y coronó la victoria de la contrarrevolución en Rusia. Si el tremendo aislamiento del bastión ruso fue lo que en última instancia impidió al Partido Bolchevique superar sus errores iniciales, también obstaculizó el desarrollo teórico de las fracciones de la Izquierda Comunista que se separaron del Partido ruso en degeneración. La Izquierda rusa, aislada de las discusiones y los debates que aún mantenían las fracciones de Izquierda en Europa y sometida a la represión implacable de un Estado cada vez más totalitario, tendía a hacer una crítica formal de la contrarrevolución rusa y rara vez llegó a discernir las raíces profundas de la degeneración. La absoluta rapidez y novedad que acompañaron a la experiencia rusa iban a dejar a una generación entera de revolucionarios en una confusión total sobre lo que allí había pasado. Fue en las décadas de los 30 y 40 cuando, entre las fracciones comunistas que habían sobrevivido a la degeneración, empieza ha aparecer un enfoque coherente de lo ocurrido. Pero a esa comprensión llegaron sobre todo los revolucionarios de Europa y América; la Izquierda rusa estaba demasiado metida y apegada a la totalidad de aquella experiencia como para elaborar un análisis global y sobre todo objetivo del fenómeno. Por tanto, no podemos sino coincidir con el análisis que se hizo en su momento en Internationalism: “La contribución que ha perdurado de estos pequeños grupos que trataban de comprender la nueva situación, no ha sido la de captar en su totalidad el proceso del capitalismo de Estado desde sus comienzos, ni tampoco la de presentar un programa totalmente coherente con el que relanzar la revolución. No, su contribución radica en que dieron la alarma, en que estuvieron entre los primeros que, proféticamente, denunciaron el establecimiento de un régimen de capitalismo de Estado. Su legado al movimiento obrero está en haber dejado la prueba política de que el proletariado ruso no sucumbió en silencio”. (J. Allen: “Una contribución a la cuestión del capitalismo de Estado” en Internationalism, nº 6)
En la próxima entrega trataremos de desarrollar ¿Que es la izquierda Comunista?

Gustavo Alvarez.